lunes, 28 de abril de 2014

Aprender a ser Comunidad - Alfarcito, Quebrada del Toro, Salta

En el año 1999, un sacerdote de Buenos Aires, llamado Sigfrido Moroder, le pidió al entonces Cardenal y Arzobispo de Bs. As, Jorge Mario Bergoglio, hoy Papa Francisco, si podía ser misionero en Africa. El prelado porteño le recomendó discernir si era necesario salir del país, habiendo tantas necesidades en el norte argentino. Es así que juntos decidieron que su próximo destino sería la ciudad de Salta. El obispo lo recibió con los brazos abiertos y le designó una parroquia en la ciudad de Rosario de Lerma, muy linda por estar rodeada de valles y cerros de diversos colores.
  Al llegar al pueblo, se encontró con una timidez extrema de parte de la gente, que era muy tranquila y silenciosa en los quehaceres cotidianos. De a poquito fue entrando a las distintas casas este nuevo curita, que se encontró con una comunidad que necesitaba del afecto y la cercanía de los demás. Muchos se conocían, pero pocos se hablaban, y como dicen que pueblo chico, infierno grande, las palabras que cruzaban solían ser chismes compartidos con mate de por medio. 
  Fue planteando su proyecto pastoral, y el obispo le designó uno de los grandes desafíos que tuvo este sacerdote en su paso por este mundo: La Quebrada del toro. Esta unión de cerros y montañas por las cuales transitan las vías del tren de las nubes, tiene un largo de 150 kilómetros aproximadamente, entre el pueblo de Campo Quijano y San Antonio de los Cobres, "allí arribita" como dirían los lugareños, cerca del cruce a Chile. 
  En esta quebrada convivían 25 comunidades, con 18 escuelas primarias y alrededor de 3.500 personas. Al llegar, el sacerdote pudo observar la falta de comunicación entre los distintos parajes, algunos sin saber si su primo que vivía a 10 kilómetros todavía vivía. Eran chozas hechas de adobe y paja muy precarias, un cuarto donde vivía toda la familia, a veces de hasta 6 o más integrantes, y la comida era cosechada o algún animalito que tenían en sus campos. 
  La educación era muy precaria, con escuelas plurigrado, los chicos de 1ro. a 3ro. compartían aula, y los de 4to. a 7mo. también. Al finalizar el primario, la única forma de seguir con los estudios era irse a vivir a la ciudad, lo que generaba un gran desarraigo en los chicos, razón por la cual regresaban a sus casas a las pocas semanas de irse. El cambio cultural era muy grande y sentían que no tenían el nivel adecuado para los secundarios de la capital. Fue una de las primeras observaciones importantes del Padre Chifri (así se hacía llamar desde los primeros años de Seminario).
  Otra de las cuestiones que observó al comenzar a conversar con la gente de los cerros salteños, fue que vivían del trueque. Ellos sembraban y cosechaban papa andina, maíz, habas, entre otras plantaciones, lo cual podían llegar a cambiar 3 kilos de alguna verdura por 1 kilo de yerba. Salían desfavorecidos en el cambio con los "vivos" de la ciudad. Es así que decidió también comenzar algún proyecto con ayuda de algunos "citadinos" para darle una dignidad al trabajador de la zona.
  Los cerros coloridos, las llamas en la quebrada, el sol que pegaba fuerte en sus espaldas, los cardones que brillaban ante la luz de la luna… de esto se fue enamorando este porteño del barrio de Belgrano que llegó a la Quebrada a entrar en el corazón de la gente de su pueblo.